viernes, 20 de febrero de 2015

AMOR


La noche en que me disfracé de angelito no tuve tanta suerte como esperaba. Tú me habías advertido que aquel atuendo no casaba con mi personalidad. Pero ya sabes lo terco que soy, y cuando algo se me mete en la cabeza no hay dios que me impida llevarlo a término.
Como aquella vez que trepé hasta tu cama envuelto en una piel de león, y a punto estuve de devorarte, y después me puse el traje de curandero para sanarte las heridas que el león te había infligido a base de zarpazos y dentelladas.
Tú llorabas y suplicabas que te dejara ir, así que tuve que desprenderme de la ropa para recordarte que no podía ser, porque soy tu marido.

Aquella noche había querido repetir con el disfraz de borracho. La emprendí a golpes con una farola, para que vieras lo bien que me metía en mi papel. Pero, en lugar de felicitarme, tú me rogabas que abandonara ese juego.
Y, mira que, por darte el gusto, me coloqué la túnica y las alitas. Pero cuando me asomé a la ventana sentí la violencia del viento que me empujaba, arrojando mi cuerpo al vacío hasta dar con los huesos en el asfalto. Tú estabas en la ventana y sonreías.