miércoles, 19 de noviembre de 2014

TARDE DE MÍNIMOS EN MEDINA SIDONIA

 

POR CORTESÍA DE TAETRO:


TARDE DE MÍNIMOS EN MEDINA SIDONIA

 


Triple sesión: teatro + solidaridad + exposición


TEATRO
Tarde de mínimos con las confidencias de una inmigrante eslava sobre la cultura española; un sainete español ambientado en plena crisis ... ¡de Asturias! y, de postre, la sublevación de una extremidad corporal con vida propia.

Programa

¡La bolsa o la morcilla! de Rosario Naranjo
La chica serbia de Patricia Suárez
La mano de Javier García Teba

Sábado 22 de noviembre
Teatro Miguel Mihura
Medina Sidonia
20.30 h
Entrada: 1 litro de leche


SOLIDARIDAD
El Banco de Alimentos de Medina necesita principalmente leche por lo que la entrada para la sesión teatral se canjeará por un litro de leche (o más) para abastecer a las familias que lo precisan.

EXPOSICIÓN
Veinticinco años de imágenes estarán expuestas en Medina durante la semana previa a la representación. Una forma de conocer la trayectoria de esta asociación cultural que sigue teniendo la misma filosofía: amor por el teatro y cultura libre sin ataduras.


domingo, 9 de noviembre de 2014

LA VENDEDORA DE BESOS


El puesto más visitado del mercado durante aquel verano resultaba, sin lugar a dudas, el de los besos. Tanto que ya se disparaban en las quinielas las apuestas a favor de Flor, la hija de la dueña, como ganadora del honroso título de mejor vendedora del año.

            Flor servía su mercancía de lunes a domingo, desde que salía el sol hasta la caída de la tarde: besos de diferentes sabores, de colores impensables, incluso de olores varios. Tenía besos personalizados según el destinatario: besos para galanes incorregibles, besos para jovencitos desaforados y para tímidos imposibles. Besos para chicas inexpertas y besos para maduras amas de casa a la caza de sensaciones nuevas.

           
Despachaba también besos de padre, de abuela, de amigo o de simple conocido, besos de mascota, besos de mar, de viento y de sol; también besos de distinta velocidad, desde muy rápidos a los más lentos del mundo, besos que eran como suaves caricias que apenas rozaban el rostro y besos profundos, largos e inolvidables como una noche bajo las estrellas. Besos, en definitiva, heterogéneos y, en algunos casos, radicalmente opuestos, pero todos igualmente deliciosos.

            Pero lo mejor de la cuestión era el modo en que Flor los servía, pues utilizaba una suerte de tarjetas floridas y perfumadas capaces de robarle a uno el sentido, y ahí es donde, según comentaban los entendidos, radicaba el secreto de su éxito.

            Una tarde de agosto ocurrió algo que cambió el destino de Flor. La chica estaba a punto de cerrar el puesto: aquel día había repartido besos hasta quedarse sin aliento. La habían visitado los dos grupos de escolares cuyos autobuses se habían detenido en el pueblo de camino a la playa. Pilar, la pescadera, y sus dos hijas; Tomás, el capitán de la guardia civil, Rosalinda, la alemana y Antúnez junto a otras dos familias, además de unos cuantos curiosos que, después de combatir las reticencias iniciales, se habían atrevido a tantear el producto.

Un apuesto forastero se dirigió hacia la tienda y la abordó con desparpajo, y su arrojo fue tal que, en menos tiempo del que se tarda en decir mu, le había robado a Flor un beso extraño y precioso, un beso desconocido hasta el momento, uno del que la experta besadora no había dispuesto jamás en su negocio.

            Desde aquel día Flor se vio obligada a colgar en el escaparate un letrero que rezaba “Cerrado por vacaciones” que todavía hoy, treinta años después, sirve para disuadir a los buscadores de besos de su propósito de probar uno de labios de Flor.