domingo, 28 de septiembre de 2014

TRIANA



Las horas se cantan por soleá donde yo vivo. Más allá del río, en un rincón donde la esperanza es un rostro de virgen además de un sentimiento y los versos se adornan con compases de guitarra y quejíos, allí construí yo mi nido. Desde mi atalaya dirijo diariamente la mirada hacia el asfalto que palpita debajo. Mis pupilas registran el discurrir de una vida que se desarrolla entre un puente que es caja de recuerdos, de hechos que perviven en la memoria, y los huertos de El Aljarafe sevillano. Quien alguna vez rozó el cielo sabe lo que siente el afortunado que se adentra por vez primera en Triana. Que se empapa de su gente, de su idiosincrasia, de ese aire de leyenda que impregna sus calles. Tres ríos, Trajano, Historia en definitiva. Historia y Arte por los cuatro costados.

Un castillo, una catedral, y el río… Dicen que huele a mar y a la arcilla con que los alfareros fabrican sus piezas. Pero los que la vivimos sabemos que también despierta el resto de los sentidos. Desde Triana se adquiere una singular perspectiva de Sevilla. Cantaban que Sevilla tiene un color especial y Triana tiene el sabor, el olor, el tacto. Todo en Triana es especial. Tiene la música que es el flamenco y tiene la voz, que es la de los artistas, los gitanos, los toreros, la de los intelectuales, los pregoneros, los escritores que la honran con devotas palabras. Tiene la fisonomía y también el color, el que le ponen las flores de los corrales de vecinos y el remolino que conforman los habitantes de su plaza de abastos.

Pero, sobre todo, tiene el corazón. Corazón que late al ritmo de su gente. Corazón que vuela. Que se ensancha con cada sonrisa, con cada propuesta.
Así que ya lo sabes: si quieres contagiarte de alegría, de energía, de pasión...

Vente pa' Triana!
DONAIRE GALANTE dixit
 

jueves, 4 de septiembre de 2014

LA MAGIA DE LA MÚSICA


“Los nativos no tardaron en aparecer. Ordenadamente, se distribuyeron formando dos triángulos concéntricos en un descampado y en el centro situaron una tienda de campaña decorada con dibujos de vivos colores. Extrañamente, no la fijaron al suelo. Mientras tanto, un grupo de músicos ricamente ataviado fue tomando posiciones junto a la formación de indígenas y comenzó a golpear de forma rítmica sus tambores.

La señora Margaret A. Bevan estaba atónita. Había viajado a Canadá en 1939 para presenciar aquella ceremonia, y había obtenido el permiso para seguirla desde el triángulo interior. Lo que no hubiera podido imaginarse nunca es que aquella tienda iba a comenzar a temblar y a elevarse sobre el suelo. Primero ascendió unos cuatro metros de altura, para luego descender y retornar a su posición inicial. Pero al acelerarse el ritmo de los tambores, la tienda volvió a perder peso y a ascender. Al descubierto quedó una pequeña hoguera que desprendía un olor aromático similar al incienso.

Y no acabó ahí todo. La señora Bevan observó también cómo los músicos cambiaron repentinamente de ritmo. Al extenderse el nuevo sonido por la planicie, la tienda voló por tercera vez, aunque sobre el suelo se hizo visible la silueta brumosa de un indio atlético vestido con ropajes blancos. ¿Un espíritu? Cuando la tienda descendió por última vez, aquella imagen se esfumó...”.