jueves, 25 de octubre de 2012

ESCRITURA DE COMPROMISO


"No se es escritor por haber decidido decir ciertas cosas, sino por haber decidido decirlas de cierta manera".
Jean-Paul Sartre, ¿Qué es la Literatura?

Según el filósofo y escritor francés, el autor debe adquirir un compromiso doble: consigo mismo y con el lector al que se dirige. Poner la pluma al servicio de la comunidad, al objeto de inquietar conciencias. 


La literatura de compromiso ha sido desarrollada por infinidad de autores desde tiempos inmemoriales. De hecho, como la literatura desde sus orígenes ha estado ligada a la realidad y a la experiencia, muchas obras han sido reflejo de la sociedad que las ha visto nacer. De sus inquietudes, de sus pretensiones de mejora. Y esa es la razón de que los textos, a menudo, expresen una necesidad de cambio.


"Comprometidos, lo estamos, aunque involuntariamente […] no es la lucha la que nos hace artistas, sino el arte el que nos obliga a ser luchadores […]. Por ser el mundo como es, estamos comprometidos con él, queramos o no queramos, y somos por naturaleza enemigos de los ídolos abstractos que en él hoy triunfan".
Albert Camus,  El testigo de la libertad.

Pero existe una literatura igualmente válida, igualmente admirable, y es aquella que, dejando al margen cualquier pretensión reivindicativa, tiene como fin básico deleitar. La que despierta ilusión, la que se desarrolla en torno a los sueños.

Ambas pueden ir o no unidas. Pueden caminar en paralelo sin llegar a confluir en un único camino. O bien pueden aunar fuerzas para sacudir al público en sus emociones hasta lo más profundo.


DONAIRE GALANTE

jueves, 11 de octubre de 2012

BARRIO DE SANTA CRUZ


Hoy he descubierto un nuevo amigo. 
En el sitio más insospechado.
Me esperaba, con expresión afable, la mano tendida hacia el frente. Haciendo ademán de alcanzarlo todo, de fundirse con el ambiente sosegado que lo rodeaba.
En silencio, igual que un convidado de piedra, observaba cuanto acontecía alrededor con sonrisa complaciente. ¡Qué placer estar aquí!, decían sus ojos.
Me he detenido frente a él, envidiando su suerte. Y después he seguido mi camino hacia el entramado de calles que componen este sevillano barrio.
Los turistas se agolpaban en los rincones más típicos, atentos a las explicaciones de los guías. Disparando a menudo sus cámaras con la esperanza de retener para siempre el recuerdo de un entorno único. Las parejas se abrazaban con idéntica suavidad a como transcurría el tiempo entre naranjos, macetas y geranios.
A cada paso un azulejo, una casa con historia, una huella del flamenco tan presente en aquella y otras partes de la ciudad. Hasta las guitarras se habían confabulado para alborotar el espíritu, salpicando con acordes desgarrados las estrechas callejuelas de la judería.
Todavía en el Patio de Banderas se las sentía latir, dulces y evocadoras como las melodías que entonan sus cuerdas.
Sin pretenderlo terminé mi recorrido frente a mi recién estrenado amigo. Reparé esta vez en la placa bajo sus pies: sólo llevaba allí desde agosto, mientras que yo había tenido años para contemplar la belleza circundante. Y, sin embargo, él podría a partir de ahora deleitarse cada día con el rumor de las fuentes, el revoloteo de las palomas y las acrobacias de los cernícalos primilla. Podría dejarse acunar por el murmullo de los visitantes que se mezcla con esa calma única de sol y arquitectura popular.
Quise ser una estatua y quedarme allí, junto a él, por toda la eternidad, con el único cometido de disfrutar de las vistas del Palacio Arzobispal, la torre de la Giralda y la Catedral.

Donaire Galante