jueves, 13 de septiembre de 2012

MANÍAS DE ESCRITOR. II. TIEMPO DE TRABAJO

El tiempo de trabajo cobra dimensiones insospechadas en lo que a los escritores se refiere. 
Lejos de plantearse un calendario laboral previsible, a imagen y semejanza del resto de profesionales de otros gremios, el escritor se encuentra permanentemente en activo, condicionado por esa lucecita que, en ocasiones caprichosa, se enciende y apaga en su interior sin que él pueda hacer algo por evitarlo.
Muchos hablan de DISCIPLINA como un Dios Todopoderoso que es posible imponer al resto de consideraciones. Y no es falso que el trabajo llama a la inspiración, como bien apuntó Picasso en otros términos. Pero también es cierto que sería demasiado optimista afirmar que, en todo caso, ésta depende de la organización y el orden. Porque la constancia sólo puede dar réditos en la medida en que el trabajo resulta productivo. 
Uno puede sentarse durante horas en un escritorio, frente al portátil, o pasear el lápiz sobre el folio con la ilusión de que las ideas se materialicen, convirtiéndose en perfectas líneas de una sensacional novela. Pero ni el escenario más propicio ni el aislamiento más absoluto conforman garantía de un buen trabajo. 
Y el escritor precisa como nadie, además de trabajar, que el fruto de su actividad tenga un valor. 
Si está falto de pilas, por mucho que se empeñe en combinar el negro sobre el blanco, no obtendrá más que renglones torcidos con los que alimentar las papeleras de su habitación. 
Sólo en un período floreciente será capaz de llevar a buen puerto cualquier proyecto que emprenda. 
Esto es lo que hace que, a priori, resulte complicado establecer una rutina. Porque en el momento en que la historia se apodera del autor éste deja de habitar su piel para trasladarse al interior de su creación. Desaparecerán los horarios, los calendarios; cualquier momento del día, sin medida, incluido el sueño, el autor se verá perseguido por sus propios personajes. Se sentirá parte de la historia, hasta el punto de respirar a través de ella. Cada objeto dejará de ser parte de la realidad para convertirse en un potencial elemento a incluir en su obra. 
A partir de ese momento, la identidad del escritor se diluye hasta fundirse con la ficción. Necesitará anotar una idea, una palabra, una frase que, de otro modo, se perdería para siempre; y esa obsesión lo empujará a saltar de la cama en plena noche, igual que un enfermo, para correr al otro extremo de la casa donde le esperará su fiel libreta, esa que es testigo de sus desmanes y sus trasnoches.
Donaire Galante