Abordar un artículo sobre William Shakespeare produce una especie de vértigo escalofriante. Como si uno estuviera a punto de subir a bordo de uno de esos vagones que se dejan zarandear por los cables instalados en los rieles de las montañas rusas.
A riesgo de parecer exagerado, puedo aseguraros que se trata de una tarea de máxima responsabilidad. No es sólo por el peso específico que un escritor de su talla tiene en el panorama de las letras sino porque, a priori, uno se plantea si después de tantas dedicatorias y estudios quedará todavía algo por decir de este dramaturgo y poeta inglés.
En definitiva, para perderle el miedo a la cuestión decido que plantear una aproximación sin pretensiones es la respuesta más inteligente al problema.