miércoles, 16 de noviembre de 2011

LIBRERÍAS, ESAS CASAS HABITADAS

Todas las librerías tienen su encanto. El producto por sí solo resulta lo suficientemente atractivo como para otorgar categoría al local.
Sin embargo, no todas poseen idéntica capacidad para satisfacer a una clientela ávida de letras.
La distribución, la posibilidad de encontrar con facilidad lo que se busca, el acceso cómodo a los volúmenes pero, ante todo, la oportunidad de disfrutar de la intimidad deseada durante el proceso de búsqueda. Son detalles que concretan y definen el estilo de cada tienda.
Hay un momento mágico previo a la adquisición de un ejemplar, encerrado en ese recorrido que los amantes del libro llevamos a cabo en las librerías. Los pasillos, los estantes, se convierten en puntos de encuentro donde se han dado cita viejos amigos que, envueltos a menudo en renovados atuendos, nos saludan desde sus privilegiados rincones.

Redescubrimos autores olvidados, se materializan ante nuestros ojos títulos de los que hemos oído hablar en ocasiones, captan nuestra atención llamativas portadas que prometen aventuras ni tan siquiera imaginadas.
Y todo se cuece en el más absoluto de los silencios, interrumpido apenas por el rumor de las voces de otros clientes,
próximos destinatarios del embrujo de estas casas habitadas en exclusiva por los libros.
Donaire Galante

miércoles, 2 de noviembre de 2011

EL VIAJE DE THOMAS CLAYTON

         De haber sido un poco menos osado, Thomas Clayton jamás se habría aventurado a traspasar las tierras de su familia para ir en busca de nuevas oportunidades de negocio. Tampoco habría tomado prestado el caballo de Gregory, y mucho menos habría partido durante la noche, cuando las almas se deslizan fuera de sus tumbas resueltas a invadir el bosque de Fuego.

         Ahora que se encontraba rodeado de milenarios robles que parecían a punto de caer sobre él con la intención de devorarlo comenzó a sentir cierta inquietud que le paralizaba los miembros. El caballo se había detenido, aterrorizado por los sonidos espeluznantes que proferían las criaturas de la noche, y todos los intentos por obligarlo a continuar fueron vanos. Como él no le temía a los muertos, se apeó del testarudo animal para continuar el camino a pie.
        
         En menos de dos horas había alcanzado el límite del bosque, y frente a él se alzaba el cementerio de Bogant. No podía explicarse cómo había llegado hasta allí, cuando su destino se hallaba justamente en el extremo opuesto. Pero como había algo de hechizante y atrayente en la atmósfera, continuó avanzando hacia las lápidas.
         Se paró ante una y leyó la inscripción:

“Thomas Clayton, 20 Aug. 1795- 5 Nov. 1818”.
        
         Pero no experimentó ningún sobresalto. Nada. Simplemente una repentina paz que le aliviaba el espíritu.
         Con la seguridad de un hombre que llega a casa tras un largo viaje, descorrió la tapa del ataúd y se metió dentro.