martes, 23 de agosto de 2011

EDGAR WALLACE: EL HOMBRE QUE NO ERA NADIE

Ciertas historias nacen, a veces sin premeditación, con vocación de pasar a formar parte de
la historia del cine universal.

         Así ocurre con la mayoría de las obras del genio británico
Edgar Wallace, quien creó, en un período de unos treinta años, una colección de más de cien novelas, entre las que al menos ochenta eran de misterio. Todas desarrolladas en un tono ingenioso con las dosis justas de ironía y humor, y narradas, sobre todo, magistralmente.

         Conciso, directo, nada sobra y nada falta en la cuidada escritura de Wallace quien, haciendo gala de una maestría que inspiró a reconocidos escritores del género negro como Agatha Christie, consigue mantener la intriga hasta el final. La viveza de los diálogos, la capacidad de despertar la curiosidad del lector, son características inherentes a la literatura de Wallace.

         Hay un importante misterio oculto tras la figura del enigmático Pretoria Smith, indiscutible protagonista de El hombre que no era nadie, y sólo será revelado cuando se desentrañe el resto de circunstancias que rodean su oscuro pasado. Mientras tanto, una confundida Marjorie habrá de convivir con la duda, que la consume hasta la desesperación: ¿fue ese hombre el despiadado asesino que segó la vida de sir James Tynewood?

miércoles, 10 de agosto de 2011

AMANECE EN CHINATOWN

Un sol tímido, desdibujado todavía, travesea entre los variopintos edificios de la Grant Street. Un reguero de letreros colgantes une ambos lados de la calle en un abrumador alarde de publicidad.

Más arriba, el cielo está adquiriendo un tono azulón que evoca los trabajos de Yves Klein. Empieza un nuevo día, un hermoso día de primavera como tantos otros. Nada hace presagiar que será el último.


Camino hacia el Old Shanghai con paso acelerado. Debo aprovecharlo bien, sólo tengo veinticuatro horas por delante y mucho por hacer.

Apenas puedo respirar cuando llego a la puerta del restaurante.

Allí, firme y delgado como una estaca y con una sonrisa que no le cabe en el rostro me espera mi hijo. Veinte años es mucho tiempo, aunque ese tango de Gardel afirme lo contrario. Ahora ya se puede acabar el mundo, me digo mientras lo abrazo fuertemente.
DONAIRE GALANTE